‘SP4RX’, distopía donde tecnología se implanta en los humanos para que produzcan más

Un cómic de anticipación que imagina un futuro en el que el producto estrella del mercado son los implantes biotecnológicos que se pueden poner los trabajadores para hacer turnos de producción de 36 horas. Ante la imposibilidad de alcanzar una máquina como el cerebro humano, Wren McDonald propone la hipótesis de que el objetivo de las multinacionales será aprovechar los cerebros humanos en carcasas de robots

Blanco, negro, gris y morado. Con esos cuatro colores Wren McDonald desarrolla Sp4rx, una aventura de ciencia ficción que entra en los terrenos de la explotación del género. Como es habitual, se plantea un futuro distópico. El matiz que marca la diferencia es el de el abismo entre clases sociales. En este nuevo mundo, las clases bajas viven subterráneamente haciendo honor a su nombre. Nada nuevo bajo el sol.

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Lo interesante viene de la mano de la biotecnología aplicada desde una óptica de crítica marxista. La idea es que los avances no sustituyan al trabajador plenamente, sino que lo tuneen. Sumar el potencial de ambos. Es un punto de vista interesante, habida cuenta de que la Inteligencia Artificial está muy lejos de poder emular a la inteligencia humana. Y una hipótesis viable, que esperemos que se quede en el mundo de la fantasía, donde el trabajador se hace uno con la máquina con el fin último no de mejorar su salud o volar recreativamente por los cielos, sino de conseguir un prosaico aumento de la producción para que otro se meta el excedente en farlopa.

Tampoco es que los habitantes de los albores del siglo XXI unidos al portátil mediante una chepa o curvatura de la columna vertebral estemos en condiciones de escandalizarnos ante semejante panorama, pero esa es la idea.

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Son fantásticos en este sentido los spots televisivos que jalonan la trama en los que se presenta el programa Elpis que, mediante la invasión del cuerpo humano con tecnología, en palabras de la consejera delegada de la compañía Structus, Cataleya Salt, se pretende: «darle a esas personas los medios para que puedan mantener a sus familias. Han sido tiempos difíciles para los ciudadanos de los niveles bajos tras el aumento de droides como mano de obra… Solo intentamos poner algo de nuestra parte».

A continuación, aparece un padre de familia con su bigote que dice ante las cámaras: «¡Gracias al Programa Elpis por fin puedo hacerme cargo de mi familia otra vez! ¡Puedo hacer turnos de 36 horas sin pausas! ¡Me siento mucho más eficiente en todos los aspectos de mi vida!»

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Eficiente. La palabra talismán del neocapitalismo más depredador que, sin embargo, sirve aquí para plantear un futuro decimonónico. Zola o Dickens solo necesitan una pasada de estética cyberpunk para que sus obras encajen en un escenario como el que plantea McDonald, donde la individualidad es un lujo que pueden permitirse los ricos, los de los niveles altos, mientras que el resto forma parte de una masa alienada que curra y es martilleada con medios de comunicación propagandísticos.

Que su autor estaba haciendo explotación de género es más que evidente y no lo oculta en sus entrevistas, como esta en Comic Grinder. Reconoce que su libro favorito es Neuromante de William Gibson y cita como referencias directa de SP4RX los mangas Akira, de Katsuhiro Otomo y Ghost in hell, de Masamune Shirow. Además de películas típicas como Matrix o Alien y muy especialmente Desafío Total y Robocop de Paul Verhoeven o el gran Terminator 2 de James Cameron.

No obstante, el tener puntos de partida que hunden las raíces en los clásicos no impide que en estas páginas haya un punto de frescura que reside en la genialidad de llevar estos mitos a la actualidad. Como él mismo explica, la estética cyberpunk hace veinte años era ciencia ficción pura, pero en la actualidad, los pinchazos del NSA o la venta de datos privados de Facebook, que se ha descubierto recientemente, no hacen más que demostrar que todo lo que sucede en 2018 es ya un relato cyberpunk.

El protagonista de SP4RX es un bitnite, un parias, que se gana la vida como hacker, lo que en el contexto apropiado del futuro no puede ir más allá del concepto comprendido entre el ladrón de guante blanco o un raterillo. Ellos también tienen implantes, uno con un ojo de visión especial, otro, el protagonista, un brazo biónico con más funciones que uno normal. Es muy gracioso que en los deportes que imagina para este mundo el autor, el dopaje, lógicamente, se logre a través de implantes.

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Regusto a silicona quemada

Está muy presente en este álbum el espíritu de Miguel Ángel Martín, pionero mundial en los suyo, y sus mundos futuristas, como por ejemplo su maravillosa Rubber Flesh. Tanto el dibujo, un tanto naif, como la estructura del argumento y sus características son muy similares. Si bien Martín alcanzaba unos niveles de crueldad y escatología que nadie ha igualado ni por asomo y el punto distintivo de McDonald está en sus viñetas a una página o tres cuartos, en las que se deleita imaginando esas ciudades del mañana con gogós sadomasoquistas en la discotecas de ricos servidos por androides o los cruces de caminos en las ciudades llenos de detalles que, la verdad sea dicha, poco tienen que envidiar a Times Square o Callao, en Madrid, mismamente. Otra similitud apreciable es Futurama.

A la receta hay que añadirle un desenlace donde aparecen bandas terroristas antisistema, violencia y conexiones a la red por realidad virtual. Un cóctel donde lo que más destaca es la aludida imagen que se da de los medios de comunicación. Tanto en los debates políticos donde se viene a decir que poder trabajar 36 horas seguidas es algo bueno para los «niveles bajos de población» que no hará más que mejorar sus vidas o los anuncios de grosera propaganda que van apareciendo. Es hasta bonito ver a un machaca del poder establecido morir invocando a la «eficacia» y que se le apague la vida pronunciando esa palabra «eficacia, eficacia, eficacia…».

Fuente: Valencia Plaza