José María Delgado, alias «Sejo»: un dibujante apasionado por el humor y la aventura.

José María Delgado, mejor conocido como Sejo (José al vesre, por si el lector está algo dormido), es un laburante del dibujo; pero por sobre todas la cosas, hace historietas. Lo suyo es el humor, la aventura y también el delirio, y desde hace un buen par de décadas viene ganando el aplauso, la risa y la admiración de quienes lo siguen periódicamente, y no sólo en el país, porque felizmente establecido en su Tucumán natal, desde allí produce sus obras tanto para acá como para Europa.

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Charlamos un buen rato con él, y nos contó acerca de su infancia dibujo-futbolera, de sus viajes, de su pasión por el humor y los westerns, de sus primeras y de sus más recientes publicaciones. Nos habló de lo que tanto nos gusta a todos, en definitiva, así que mejor vamos a leerlo a él.

— Cuéntenos por favor dónde y cuándo nació, así satisfacemos las necesidades básicas de sus futuros biógrafos.

— Nací en San Miguel de Tucumán, en el Policlínico Ferroviario, hoy Sanatorio Sarmiento, a cinco cuadras del estadio del Gigante del Norte, Atlético Tucumán, el 19 de marzo de 1970.

— ¿Recuerda cómo se produjo su primer encuentro con el mundo del dibujo y de la historieta?

— Mis primeros recuerdos son de los cinco años: tenía el Cine Graf y mi hermano al principio me compraba las pelis, que eran unos rollos en papel manteca (como le solíamos decir), pero luego él empezó a hacerme pelis a mano, caseras y me prendió; eran pelis futboleras, me dibujaba al equipo de Atlético Tucumán jugando partidos… hasta aparecía Julio Ricardo Villa, que después fue jugador del Mundial ’78. Y así empecé yo también a hacer viñetas con historias para después proyectarlas con mis amiguitos. Mi hermano, que es quince años mayor que yo, tenía buena mano: yo le copiaba cosas, imaginate.

Recuerdo cierta vez que estaba en el comedor de la casa de mis viejos, y en la cocina de al lado estaba mi tío, que era ingeniero; debo haber tenido seis o siete años, y ellos no sabían que yo los estaba escuchando: «No sabés lo bien que dibuja el Negrito (el Negrito era yo, mi hermano era el Gringo) -decía mi papá-, anda dibujando espectacular, dibuja a los personajes de historietas». Yo en ese momento estaba dibujando un Pato Donald -nunca me voy a olvidar-, y viene mi tío y me dice: «¡Apa! ¡Qué buen dibujo, qué buena mano…!». Por eso yo trato de decirles siempre cosas lindas a los chicos que veo con ganas de dibujar, porque aquello fue impresionante para mí: tengo 49 años y tengo también el recuerdo patente; creo que fue la primera inyección de ánimos que me dieron.

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Después, tengo un recuerdo de cuando iba a la escuela Normal, que era mixta, y estábamos en pleno Mundial ’78; como verás, siempre el dibujo y el fútbol están mezclados en mi vida: medio fontanarrosesco, lo mío; me siento muy identificado con él, con Fontanarrosa, un maestro ¡otro negro! (risas). Al término de cada partido, nos pedían hacer la ilustración de un dictado, que era por lo general algo relacionado al Mundial. Y recuerdo que el último dibujo que hice fue un (Daniel) Bertoni corriendo al lado de (Mario Alberto) Kempes, así, con los pelos al viento, y haciendo el gol del Mundial, el último, con el arquero de Holanda echado en el suelo… Y el detalle es que el arco estaba en perspectiva. Para la edad que tenía entonces -8 años- y ya tener una noción de que los parantes de atrás del arco generan una perspectiva según de donde los veas, llamaba la atención; y me acuerdo que la maestra flasheó mal y vino y me dijo: «Qué lindo dibujo, Delgado -o Josecito, no recuerdo-«, para después llevarme con el dibujo a la Dirección, con la intención de que lo viera la directora; y eso tampoco me lo olvido más.

Luego mis compañeros me copiaban el dibujo, y los hacían a Kempes y a Bertoni con los brazos abiertos; y recuerdo que al hacerlos con los brazos abiertos, los chicos seguían dibujando las franjas verticales a las mangas, y yo les explicaba que no, que pusieran sus camisetas de Atlético en la cama y les abrieran las mangas para ver cómo deja de ser vertical ahí, en la manga, y se hace horizontal… Eran observaciones de cosas que ya tenía en la mente.

Y después ya con 12 años, mis cuadernos de Lengua y Matemática eran historietas andantes, estaban llenos de dibujos.

Tuve la suerte en el Normal que desde tercer grado enseñaban idiomas: primero me tocó inglés, luego francés; es gracias a esa escuela nacional y pública que yo hablo francés. Y recuerdo que el libro de francés era todo de historietas, los franceses te enseñan así; y yo estaba chocho, claro: tenía un montón de páginas de Mordillo aquel libro… Vos viste que la Alianza Francesa de Buenos Aires tiene una gran relación con la historieta, es muy comiquera; de hecho, Banda Dibujada hace sus muestras ahí.

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Lo último que recuerdo de aquellos años tiene que ver con las dedicatorias que te firman los compañeros cuando terminás séptimo grado; casi todos me ponían: «Para el Picasso del grado». Y esas cosas te marcan, y uno ya sabía que iba a ser dibujante.

— ¿Dónde se formó como dibujante y qué recuerda de aquellos tiempos?

— De chico me gustaban muchas revistas, la “Disneylandia”, “Condorito”, “Billiken” y “Anteojito”; obviamente, también “Patoruzú”. Y ya llegaban a mis manos revistas españolas por Ñato, un tío que vivió muchos años en Europa: así conocí de muy chico a Ibáñez y su “Mortadelo y Filemón”. También leía mucho “El Gráfico”, y ahí las viñetas de Landrú, Basurto… y Blopa (que por su culpa me dicen Sejo). Las viñetas de los diarios me las leía a todas, especialmente “Dick El Artillero”, que creo que las dibujaba (José Luis) Salinas… y como verás, de vuelta el fútbol. Y leía todo, absolutamente todo lo de Editorial Columba, con preferencias por “Pepe Sánchez”, “Mi novia y Yo” y “Savarese”.

Un profe en la Normal nos acercaba las “Mortadelo y Filemón” a Iván Ríos y a mí. Éramos compañeros con Iván, hoy Chevalier de las Artes de París, otorgado por el Louvre.

Me mataban las aventuras de “Lock Olmo”, del maestro (Jorge Claudio) Morhain. Y obviamente “Astérix” y “Lucky Luke”; eso fue como cuando Charly escuchó a los Beatles: me reventó la marola. Y sin embargo, más que (Albert) Uderzo y que Morris -yo soy un dibujante mucho más caótico y sucio, con personajes más gritones, más saltones, más grotescos-, los que más me influenciaron a mí fueron (Oscar) Fernández y (Daniel) Branca, la dupla que hacía «Barbeta y Grunchi» en la Billiken: era impresionante; al pajarraco ese lo dibujé diez mil veces, a Barbeta lo hice mil veces… De hecho, uno de los personajes que publico en España, en la historieta «Alan Stroker» -Ed Wellington, el marshall-, es un homenaje al Barbeta…y todavía no lo dibujé a Grunchi porque me da vergüenza (risas). Pero la verdad es que esos dos tipos dibujaron junto con (Carlos) Constantini y (Diego) Irañeta dibujaron cosas como «El Mono Relojero», «Mac Perro»… Ya me habían puesto el mundo al revés «Astérix» y «Lucky Luke», y sin olvidar a «Umpah-Pah», que era también de (Albert) Uderzo, pero «Barbeta y Grunchi» fue para mí un tiro en la sien. A todos estos que te mencioné los copié durante mucho tiempo. Y después vinieron los clásicos, nuestros clásicos: Fontanarrosa, Caloi, Quino; a todos les hemos copiado un poco, y cuando digo «le hemos» me refiero a toda mi generación.

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Y te digo más: una vez (Diego) Accorsi me tiró una flor diciéndome que mis dibujos le hacían recordar a (Eduardo) Ferro ¡Ojalá! Ferrito era un maestro… También tengo muchas «Patoruzito» que me regaló mi tío -hermano de mi papá- que vivió en Europa; esas viejas revistas en las que venían un montón de dibujantes, incluso (Alberto) Breccia.

Mi viejo era profe de Dibujo Técnico en una escuela nocturna de Tafí Viejo, a 6 kilómetros de San Miguel de Tucumán, departamento en el que hoy vivo y que es parte de lo que llamamos el Gran Tucumán. Mi viejo me llevaba a esa escuela y me decía: «Vos no vas a ir a mis clases, vas a ir a las clases de la profe Teresa, de dibujo artístico». Woooo… Y ahí fui libre, teniendo nueve años. ¡Tenía que ser dibujante, hermano!

Y los recuerdos son espectaculares, son los mejores que tengo en mi vida, ahí en la «Escuela Nicolás Avellaneda»; tenía compañeros que eran chabones ya grandes, muchachos de 18 años para arriba. Y todos dibujaban bien, hacían retratos, paisajes, muchos apuntaban a la pintura; y yo ya iba con la cabeza fija en hacer viñetas.

En esta localidad el folklore es muy fuerte: el 90 por ciento de la gente de acá ha tenido una banda de folklore; y me dijeron que uno que se llamaba Agustín, que era a quien más yo copiaba, dibujaba caricaturas espectaculares… y yo alucinaba, me babeaba. Esas serían mis primeras clases particulares. Después tuve profesores muy buenos en el Normal; me acuerdo del profesor Costilla, que nos hacía dibujar naturalezas muertas, y me resultó muy útil, todo me servía. Él ya era viejito y se acercaba y me decía: «Usted, Delgado, tiene buena mano: no deje de dibujar nunca»; espectacular, el viejo.

Ahí también lo tuve al Bichi Rodríguez, que después fue director del Normal, y él nos hacía hacer dibujo de historietas… Y se me volaba la cabeza. Ahí estaba con el Negro Iván Ríos en ese curso; dibujamos historietas desde muy chiquitos, por eso con él somos como hermanos

— ¿Ha tenido otros laburos ajenos al arte? ¿En qué momento decidió que el dibujo sería lo que le permitiría ganarse el pan?

— Tuve la suerte de empezar pronto a publicar en medios de comunicación, a los 18 años. Gracias al periodista Tomás Gray, empecé en esa revista de rugby como dibujante. Hay un antes y un después tras eso: dibujé en dos revistas de rugby del mismo periodista, «Presencia Deportiva» y «Todo Rugby», y eso me hizo pensar que podía vivir de esto… Me pagaban lo que cuesta un par de zapatillas, ponele. Justo fue una época de oro del rugby tucumano. Y la suerte siguió pegada porque en 1989 sale un diario alternativo llamado Siglo XXI, desprendimiento de La Gaceta: era un diario de la familia García Hamilton, también, pero enfrentado a La Gaceta. De ese diario salieron varios jugadores de primera: Pipo Yapur, que fue director de Telam con Néstor (Kirchner); Adrián Pérez, fotógrafo de Página 12; El Gato Mario Quinteros, que es uno de los jefes de fotografía de Clarín y Olé. Y el actual presidente del Gremio de Prensa de Tucumán, y muchos más que hoy viven afuera, y otros que laburan en La Gaceta. Ese diario Siglo XXI me mostró el lado profesional de la cosa, después vivieron todos los demás: publiqué en todos los diarios de Tucumán.

Ahora todos mis trabajos tienen que ver con el arte, con lo creativo, ya sea gráfico o visual. Es que he trabajado muchos años en agencias de publicidad y estudios de diseño, aquí y en Barcelona. Y ahora mismo estoy produciendo en «Estudio Sejo» algunas cosas para TV local; por ejemplo, realizo logos para empresas, rebranding de marcas, soy miembro del grupo creativo de la Fundación Boreal, etcétera.

Aunque sí he trabajado de otra cosa, pero eso fue en España: en una fábrica automotriz, en bares, panaderías, albañilería, sí, albañilería -esos fueron mis primeros lanudos en España-, también vendí celulares para unas tiendas pakistaníes… y lo más lindo: trabajé en la recepción de un camping en la Costa Brava, en Sant Antoni de Calonge, «Cala GoGo». Tremendo, me pagaban por pedir carnet a las alemanas, holandesas, francesas, checas… (risas) ¡Y por tomar sol! También me permitió poder practicar el francés, el catalán y el italiano, lenguas en las que me puedo comunicar. Fue hermoso.

— ¿Cuál fue la primera publicación por la cual lo remuneraron como corresponde?

— Fue justamente en “Presencia Deportiva”, revista dedicada al rugby. Y me pagaban algo así como 200 pesos, con el uno a uno. No estaba mal: tenía 18 años. Pero al año siguiente entré a publicar ilustraciones en el diario Siglo XXI y allí me pagaban 750 pesos. Nada mal para tener 19…

— Usted trabaja en diarios, revistas y también tiene álbumes de los que hoy suelen ser llamados “novelas gráficas” ¿Cómo es laburar en cada uno de ellos y dónde se siente más cómodo?

— Actualmente, todavía se publican mis tiras en el diario El Liberal de Santiago del Estero y también publico unas páginas en “Amaníaco”, de Barcelona; laburar para esos medios me resulta muy placentero.

Por supuesto que donde me siento más cómodo es haciendo páginas de cómic. Aunque debo decir que el diseño en su totalidad me encanta y lo disfruto.

— ¿Se considera usted humorista gráfico, historietista o encontrar una etiqueta lo tiene sin cuidado?

— Me considero humorista gráfico, historietista -viñetista, como me dicen en España-, diseñador gráfico y dibujante publicista -viejo término del rubro-… Aunque algunos me rotularon como caricaturista. Me gusta el término “diseñador”, a secas. Y me gusta porque en todas las lenguas latinas se dice «diseñador»; en italiano te digo: «Sono un disegnatore di fumetti»; si te lo digo en francés: «Je suis un dessinateur de bande dessinée»…

Muchos me dicen «caricaturista». Y yo he notado que esa palabra en el medio en el que me muevo yo, a veces se usa de modo peyorativo. Pero resulta que lo que yo menos hago es caricatura; a veces la hago sólo para divertirme, para regalarle a un jugador de fútbol al que admiro, o porque me las encargan para comprármelas… Cuando trabajaba en el diario Siglo XXI, sí hacía caricatura política, pero todo eso fue hasta el año 1996. Pero no estoy haciendo caricaturas todos los días, es más, cada día me gusta menos hacer caricaturas. A mí me gusta contar historias, hacer cómics: el cómic es la pasión. Y también el dibujo animado. Hay otras vías por las cuales me gusta más expresarme. La verdad es que prefiero hacer un logotipo que la caricatura de alguien.

— Hemos sabido que usted durante años no ha permanecido quieto y ha cambiado de ciudades de residencia y hasta de continente ¿Esto ha sido por cuestiones de laburo? ¿De qué experiencias lo ha nutrido tanta itinerancia a nivel profesional?

— El primer viaje que hice al extranjero fue en 1993; yo tenía 22 años, y el año anterior habíamos hecho una muestra con el grupo Tucumor en el Centro Cultural Virla, que se trataba de viñetas grandes a color cuyo tema central eran los 500 años de la Conquista de América. Bernardo Vides -uno de los viejos maestros tucumanos- fue quien la armó; Vides fue muchas veces premiado en Europa por sus trabajos en animación. Resulta que va a ver la muestra un hombre que era cónsul en Moscú, le gustó, y nos invita a los cinco participantes a exponer en Rusia, en un Centro Cultural Privado (estaba Boris Yeltsin, ya había caído el Muro, había actividad privada en Rusia): nos pagaban hotel y estadía, pero no el pasaje… Entonces, de los cinco, pudimos viajar dos: Bernardo Vides y yo. Mi viaje me lo pagó un cliente de la agencia de publicidad en la que yo trabajaba simultáneamente con el diario Siglo XXI.

Viajar a Rusia para mí representó uno de los tantos clics en mi vida, fue la primera vez que salí del país; al día de hoy, por ejemplo, el único país limítrofe al que viajé fue al Paraguay (y fui a Asunción porque jugaba el Atlético Tucumán, y por supuesto me quedé una semana). Fue muy gracioso llegar al aeropuerto de Moscú a las cuatro de la madrugada, hora rusa, sin saber decir nada en ruso, Bernardo menos; y lo único que teníamos escrito era la dirección del hotel, en letras nuestras, castellanas, en tucumano básico (risas). Nos subimos a un taxi, mostramos ese papel, bien argento, bien tucumano, bien cabeza, bien gaucho… y el tipo nos miraba y nos decía: «¿Qué me están dando?», porque eso era chino para él. Entonces comenzamos a hablarle, a decirle el nombre de la calle que nunca me voy a olvidar, porque se llamaba como el Chacho: Jaroslavsky. Encima lo escribimos con «J», sin saber que las lenguas eslavas no se escriben todas de la misma manera; y la «J», en polaco, en checo y creo que en húngaro, la «J» es la «Y»… Y el tipo nos fue llevando mientras nosotros le decíamos: «Jaroslavsky seven» (él tampoco sabía inglés, así que fue inútil), hasta que de tanto repetirlo, el taxista relacionó: «¡Ah! ¡Yaroslavsky!». Y le pegó. El hotel quedaba en Yaroslavsky 7.

De ahí en adelante todo fue espectacular, porque hicimos una muestra en el Centro Cultural Petrovsky Linnie durante diez o quince días. Y viene un profesor de historia, cuya hija era profesora de castellano, y quedó tan encantado con la muestra que hizo extensión de la invitación para que esa muestra la lleváramos a la Universidad Patrice Lumumba de Moscú, la segunda Universidad en importancia. Estaba buenísima, porque era la universidad de los inmigrantes y de los que no vivían en Moscú; ahí supe muchas cosas, como que al estudiante le pagan -por lo menos en aquellos años- para estudiar, y si no eras residente en Moscú, te daban el techo ¡Cuán lejos estamos nosotros de todo eso! Y eso que estamos hablando de que yo fui en el peor momento de Rusia, durante una hiperinflación en la que no entendían que eran capitalistas; imaginate, ellos venían de años y años y años de ser comunistas. Y ese fue mi primer viaje al extranjero, que me puso patas para arriba la cabeza.

Luego, a fines de ese año, nos invitan gracias a un trabajo de animación en el que colaboramos con Bernardo Vides, al Festival de Cine de la Habana; nuestro rubro era «Un Mundo Audiovisual del Niño Latinoamericano», o sea, dibujos animados para niños. El viaje fue espectacular, también. Ahí conocí a Rubens de Falco, aquel actor brasileño que trabajó en «La Esclava»; lo vi también a Arnold Schwarzenegger, y por supuesto que no crucé ni dos palabras con él porque no le tocaba el culo ni con una caña, estaba lejos de donde yo estaba; con el que sí pude charlar porque nos invitaron al mismo programa de televisión, y me pareció una excelente persona, fue Fernán Mirás, salió, se puso a conversar con nosotros, era un pibe, debe tener mi edad, pero se comportó como un tipazo y me acuerdo que me dijo: «Ah, mirá, tucu, qué bueno lo que hacen ustedes»… El que no nos dio bola fue Marcelo Piñeyro, porque ellos fueron con «Tango Feroz». No nos dio bola, pero nosotros éramos pendejos, también; hay distintas maneras de ser.

En el año 1995 me fui para Estados Unidos y no me quedé porque, la verdad, no es para mí. Aunque más allá de mi manera de pensar es un país espectacular, es culturalmente impresionante y también me abrió la cabeza… Al tiempo me fui a Buenos Aires, no tuve mucha suerte ahí, no tenía muchos contactos pese a conocer a Langer, a Tute. Quien me dio una gran mano para publicar algo en la «Sex Humor» fue Maicas, por eso siempre le tuve un gran aprecio, me abrió una puerta enorme en Buenos Aires; y él siempre se acordó de mí, incluso muchos años después de que volví de Europa, me vio en Tecnópolis y me dijo: «Tucu querido ¿cómo andás?» Marito Almaraz fue otro que en esa época se portó espectacular conmigo; el ruso Emilio Ferrero, también…

Pero ya estaba cruzado mi destino, sabía que me iba a ir. Y no sabía que era España, el destino. Todo fue por un amigo alemán que se crió conmigo en el barrio, acá en Tucumán; y él cuando volvió para Europa no se quedó en Alemania, sino que consiguió un laburo en Barcelona y allí se quedó hasta el día de hoy; incluso está casado con una tucumana, el alemán. Bueno, él me empezó a meter fichas para que vaya a España, que él me iba a dar casa, era soltero, vivía muy bien en un dúplex… Y entonces me invitan al Primer Salón del Cómic de Madrid en el año 1998 por intermedio de un amigo -claro, a mí no me conocía nadie en Madrid-, y allí estuve lo que duró el salón y de ahí me fui a Barcelona, que era la ciudad del diseño, y me quedé en lo de Julián, que al día de hoy viene a Tucumán, viene a mi casa; somos como hermanos, con él. Bueno, él me dio una gran mano en la parte material: casa, techo, comida; y en ese tiempo trabajé de todo para comer, como te conté antes. Hasta que gané un premio en Granollers, y además me enganché con una chica de allá, viví tres años junto a esa catalana -lo que me hizo ejercitar y mejorar mi idioma catalán-; cuando me separé de ella, me fui a la Costa Brava, y luego laburé en estudios de diseño de allá, y en Barcelona entré al de Jordi Nogués, y ya empecé a publicar algo de cómics en revistas que hoy ya ni existen, y dibujé en el diario Ara, que en esa época era un pasquín y ahora es un diario con una página de internet impresionante.

Y así, hasta que conocí en Barcelona centro a la mendocina que es mi mujer, a mi regreso de Girona, donde me había ido a vivir después de separarme de la catalana. Cuando conocí a mi mujer ya estaba trabajando en el estudio de diseño y ya había empezado a publicar en un diario de Madrid, y ocurre lo de mi padre, que se enferma muy mal… Y yo estaba muy nervioso, estaba para el culo, así que decidí volverme a Tucumán para saber cómo estaba mi viejo; y la que sería mi mujer me apoyó en todo y se vino conmigo, me hizo el aguante. Así que nos vinimos a vivir los últimos años con mi viejo y mi vieja. Y no me arrepiento de nada porque he podido seguir trabajando con España, seguí trabajando en el diario La Información hasta el año 2013, creo, cuando la crisis allá no daba para más y no quedó ningún viñetista, ningún humorista gráfico.

Ya establecido acá, entré a El Tribuno de Tucumán y allí empecé a hacer dos tiras. Volví a publicar en el diario El Siglo pero ya no era lo mismo, estaba en decadencia. Hice el Mundial 2010 desde acá, con tiras gráficas para La Gaceta de Tucumán, para El Liberal de Santiago del Estero y para La Información de Madrid; yo siempre le digo a los españoles que me tienen que convocar a otro diario en el próximo mundial si lo quieren ganar (risas); en el único mundial que yo dibujé para España, salió campeón España. Ese Mundial fue tremendo para mí, porque creo que hacía seis tiras diarias: hacía dos para El Liberal, dos para La Gaceta, uno para un diario on line y dos para España. Fue una locura. Pero feliz porque tengo todas esas anécdotas, en todos me han pagado, o sea que no me quejo.

La cuenta pendiente es Buenos Aires, que siempre me ha sido esquivo. Aunque amigos he hecho: mi gran amigo de Buenos Aires es Gustavo Sala, quien conoce hasta mi casa, acá en Tucumán; y el otro es Ariel López. Esos son amigos, lo demás son colegas y los conozco y tengo muy buena onda. Gustavo Sala es tucumano, para nosotros.

En definitiva, lo que me deja todo esto es una gran experiencia, me deja muchas conexiones… A causa de eso he trabajado hasta para Israel. Y además de la gran experiencia, me ha dejado una puerta abierta en todos lados; aunque no creo que me vuelva a vivir a Europa, nunca se sabe. Tiene que pasar algo extraordinario para hacerlo. Yo acá tengo mi casa, que es bastante espaciosa y cómoda, y acá vivimos con mi mujer y mi hija… No sé, la rueda nunca se detiene: mi hija ya habla catalán. Nunca se sabe (risas).

— ¿Cómo es trabajar a la distancia para lugares tan diversos? ¿Cómo maneja su tiempo para estar al día y cumplir con sus compromisos?

— Trabajar a la distancia es muy lindo porque te hace sentir que estás en el lugar para el que estás dibujando. Ahora mismo estoy haciendo un logotipo para una financiera de Nueva York… y yo divago pensando que estoy ahí: entro al Google Maps para ver dónde va a estar el lugar. Luego, cuando hago las cosas para España sucede lo mismo; yo le digo a Pablo Barbieri, que me hace los guiones: «Vos escribímelos en argentino, en porteño, en lo que te salga a vos; porque por ahí, como entra en el juego mío de tratar de hablar en gallego, por ahí usa palabras que no se usan allá; así que luego yo las doy vuelta y las escribo en español de España, como si estuviese viviendo allá. Y eso me ha dado muchas satisfacciones; recuerdo que en el diario de Madrid me decían que había gente que escribía mails o comentarios acerca de mi tira, que era futbolera, diciendo que yo debía ser hincha del Atleti de Madrid porque describía mucho la zona donde es local el Atleti. Bueno, esas cosas son divertidas porque quiere decir que yo pasaba por un español más, que era lo que yo pretendía; y no porque me quiera hacer el español, sino porque yo quería que los hinchas que dibujo sean españoles. Es más, para lograrlo, te cuento una locura: yo me encierro acá en el estudio y escribo primero los globitos, y luego los repito en voz alta pero con acento español; de ese modo, las viñetas me salen más fluidas y más españolas, que es lo que yo quiero.

Los tiempos trato de cumplirlos. Hace tres años que estoy en el Estudio de la Fundación Boreal, y eso cambió mi vida horaria, porque hacía como veintipico de años que yo trabajaba en casa para varios diarios. Yo era mi propio jefe y elegía levantarme a las seis de la mañana. Ahora me levanto a las siete y media, agarro la moto, y en quince o veinte minutos estoy en el laburo. Desde las nueve hasta las diecisiete (a veces un poquito más, cuando nos demoramos con las entregas) trabajo en el Estudio de la Fundación Boreal; y de allí me vengo al estudio que tengo en casa, y sigo con las páginas o diseños que tenga que entregar, con mucha tranquilidad: lo primero que hago al llegar es la tira para el diario El Liberal de Santiago del Estero; la puedo llegar a terminar en veinte, treinta minutos, una hora, como mucho. Después me pongo a hacer las páginas para la revista «Amaníaco» de Barcelona, o de algún álbum especial, comic book o novela gráfica, que le llaman. A veces me quedo hasta la madrugada, si es que tengo un cierre encima de España. A veces se me acumula, lógicamente, como a todos los dibujantes y hay que sacarse la faena en tiempo y forma.

También tengo clientes particulares para los cuales hago laburo de Diseño Gráfico. Yo he armado un estudio con dos o tres chicos más que manejan After Effects, programas en 3-D y yo me encargo de dirigirlos. Con ellos hacemos los trabajos para televisión, o dibujos para bares, todo eso; incluso con arquitectos laburamos: ornamentación y esas cosas.

— ¿Qué cosas positivas y negativas destaca de trabajar con y sin guionista? ¿Con cuál de sus guionistas se ha sentido más a gusto?

— La verdad que no he trabajado mucho con guionistas, pero desde que lo hago, ha enriquecido mi trabajo, y mucho. Me siento muy cómodo con Pablo Barbieri, un guionista de La Plata con el que hemos hecho varios episodios de «Alan Stroker». Aunque también disfruto trabajando con Juan Moreno (tucumano), con el que he hecho también algún capítulo de “Alan Stroker” para Barcelona. Y también disfruto mucho con Guillermo Monti, que es redactor de La Gaceta, y amigo de años; con él estamos haciendo un comic book de 120 páginas y ya estamos en el final.

Me encantaría hacer algo para Josep Busquet o para Diego Agrimbau, pero no nos conocemos; en realidad a Josep sí, pero no hemos tenido oportunidad.

Creo que con un guionista se potencia mi trabajo. Es difícil a veces, pero me hace profesionalizarme más. Antes me costaba mucho trabajar con guionistas. Una vez, ganamos un segundo premio en Murcia con Andrés Garmendia, que es miembro de la Corte Suprema de Justicia de Tucumán, y la verdad es que ha sido una gran experiencia. Andrés ama el cómic y escribe bien, eso hizo las cosas más fáciles; eso y que nos conocemos desde muy chicos: con él y con Iván Ríos hicimos durante años la “Papalú”. Aquel premio en Murcia recobró valor para ambos, porque el que había sacado el Primer Premio es Pau Rodríguez, que hace portadas para “Spirou”. Y nosotros le pisamos los talones desde Tucumán. No estamos tan mal.

—¿De cuál de sus obras se siente más orgulloso y por qué?

— Hay varias cosas que me ponen orgulloso del cómic y del diseño; ahora mismo en Tucumán hay dos programas al aire a los que le hice absolutamente toda la gráfica, desde el logo hasta las tipografías: todo me enorgullece.

En el cómic le tengo un cariño especial a varios: a “Alan Stroker”; a “Doña Beba’s Food”, que sale en El Liberal; a “El Kila y Llamarada”, que salía aquí (también hicimos dibujos animados de los mismos)… A todos. Quizás “Alan Stroker” llene más mis fantasías, es un western, y de chico he crecido con “Bonanza”, “El Hombre del Rifle”, “Jim West”, “El Gran Chaparral”. Y miles de pelis del salvaje oeste, los spaghetti westerns… Soy un amante de Bud Spencer, Terence Hill, Franco Nero… Antes de ver la “Django” de Tarantino, había visto mil veces la de Franco Nero. Y ni hablar del cómic: “Lucky Luke”, “Tex”, “Teniente Blueberry”, “Durango Kid”, “Jackaroe”… En fin: ponele “Alan Stroker”.

— ¿Qué género o acerca de qué temas prefiere dibujar?

— Los géneros que prefiero son el western -como te decía- y el fútbol. Pero he descubierto desde que publico a “Harald, el picante”, que me encanta dibujar vikingos, mares, drakkars, berserkers… Ahí, inconscientemente, me acuerdo de los normandos y vikingos de Uderzo.

También disfruto mucho de hacer a “Edmundo, el gaucho tremebundo”, con guión de Juan José Moreno, pero eso lo hice más por una cuenta pendiente con gente que quiero mucho que es de Simoca, bien gaucha. Y es que alguna vez me dijeron: “¿cómo es eso que haces cowboys y nunca nos dibujaste a nosotros, los gauchos? Vos te criaste en los surcos de caña de Simoca, no en Arizona”. Eso me pegó hondo. Mi vieja es hija de italiana, pero nació en Simoca: mi vieja era una gringa gaucha, tana hasta los huesos pero gaucha, muy gaucha, una rubia de ojos azules, criada en la laguna de Buena Vista, Simoca. Entonces tuve que hacer gauchos… Y está bueno, no tan alejado del western, donde tengo que dibujar pulperías, que es lo que más me gusta, junto a los sulkys. Pero prefiero hacer westerns. Es como que revivo mi niñez en la tele.

— ¿En qué está trabajando actualmente?

— Hago diseño gráfico y audiovisual, por un lado. Y en cómic, la tira para el diario El Liberal; “Alan Stroker” y “Harald, el picante”, para Barcelona; y estoy terminando la novela gráfica «Edmundo, el gaucho tremebundo», además de ese que te dije con guión de Guillo Monti, cuyo nombre es «Nuestro Hombre en Tucumán», y es una historia que va desde Moscú a Tafí Del Valle.

— ¿Lee hoy historietas? ¿Cuáles son las que despiertan su interés?

— Claro, leo historietas; no soy un erudito, pero leo. Ahora estoy con “Alack Sinner”; algunas ya las había leído, pero estoy disfrutando de esta recopilación. Pero leo de todo. Daniel Clowes me parece genial, sencillamente; cada tanto lo releo. Y tengo también “Lo Peor de Vazquez”, que es una obra maestra del gran Vázquez. Y aunque te parezca mentira, he comprado libros geniales que aún no he leído y están intactos en mi biblio. Ya tendré el tiempo, pero deben estar en mi biblioteca.

— Cuéntenos, por favor, acerca de sus trabajos en el mundo de la animación.

— Mis trabajos en el mundo de la animación se limitan a ayudar a Bernardo Vides Almonacid en algunos mediometrajes de él. Ahí aprendí lo básico. Después hice una serie que salió hace unos años en Canal 10 de aquí, que trata de hinchas de Atlético Tucumán y San Martín, que nacieron en El Tribuno de Tucumán en papel. Muy rústicos, por cierto.

— ¿Qué es la Fundación Boreal, de la que ya nos ha hablado antes, y en qué consiste su participación dentro de la misma?

—Fundación Boreal es un desprendimiento de Boreal, una obra social médica, y está presente en 14 provincias. Este es el slogan de la Fundación: «Promovemos acciones que mejoran la salud de las personas». Y en realidad realizamos actividades diversas, muchas de corte filantrópico, como les llamo yo: movidas en barrios carenciados, hemos hecho hasta un club de rugby en medio de la villa más complicada de Tucumán para alejar a los chicos del paco; por darte un ejemplo, llevar colchones, alimentos y otras cosas, para los inundados del sur tucumano, y cosas como esa. Hemos publicado revistas de historietas para niños, que se reparten gratis en los colegios más carenciados. Hay miles de actividades diarias que podés ver en nuestra fan page.

—¿Qué es lo que espera despertar en sus lectores cuando se encuentran con un laburo suyo?

— Pues que se ría y disfrute de mi dibujo, en el caso de los cómics. Que tenga un buen pasar al tener mis páginas entre sus manos. Muchas veces no sé si lo logro, porque en los lugares que más lo leen es donde no vivo, y a veces me pierdo el día a día. Me gusta que me hayan reconocido en las calles, en algún taxi, en algún bar, y me digan que tienen guardadas mis viñetas. Cuando fui la última vez a Santiago del Estero, un grande como el Indio Froilán me hizo dibujar en una mesa que tenía en su taller/bar y llamó a su mujer (que estaba allí mismo), y le dijo: “Negra, alcánzame El Liberal y sacanos una foto: este chango dibuja a La Beba». Me sentí orgulloso y con vergüenza a la vez, el Indio es un prócer del folklore mundial: yo soy un pejerto a su lado. O que Don Juan Saavedra me haya pedido un dibujo…¡Uf! El Bailarín de los Montes, Don Juan Saavedra, uno de los fundadores del Cirque du Soleil de París. Los santiagueños son muy cariñosos y sencillos: eso a veces me pierdo por no vivir allí, ¡y ellos me leen a diario desde hace 10 años!

— ¿Cuáles son sus proyectos?

— Disfrutar mucho de mi mujer y de mi hija; inculcarle el amor a los animales, al prójimo, respeto al ciudadano…en fin. Mi proyecto es intentar ser un buen padre ¡Uf! Un buen marido. Pero ser buen padre es mucho más difícil. No es poco.

El año que viene me quiero dar el gusto de ir a Salón del Cómic de Barcelona a firmar “Amaníacos”, eso va a ser darme un gusto, un gusto grande. Me vienen invitando desde hace años y no puedo ir. Ya que nadie me invita al Crack Bang Boom u otras yerbas… me conformo con ir al de Barna.

Fuente: Agencia Nova