Inéditos DC: DC Challenge

“Escapamos a la azotea… pero nos encontró” Así comenzaba Marc Evainer la explicación de cómo surgió una de las obras más delirantes de la DC de los 80, la maxi-serie DC Challenge (Can you solve it before we do?), publicada entre Noviembre de 1985 y Octubre de 1986.

La primera vez que hoy hablar de semejante rareza fue en tiempos relativamente recientes cuando en las oficinas de DC se les ocurrió usarla como homenaje a Kirby con el Kamandi Challenge (en esta obra usaron algunas de las reglas que os explicaremos a continuación). Ya con la mosca detrás de la oreja la volví a encontrar entre las obras de la editorial firmadas por autores como Doug Moench, Paul Kupperberg, Paul Levitz o Keith Giffen. Finalmente, buscando todas las apariciones de Mongul pre-crisis, volví a tropezarme con el dichoso Challenge. Cuando el destino te va avisando, es mejor hacerle caso, así que conseguí hacerme con ella… ¡y cuánto me alegro!

Alejémonos de lo personal y volvamos a esa azotea, la del hotel a dos pasos de la San Diego Comic Convention de 1983. Allí estaban Evainer, Len Wein, Gerry Conway y un par de amigos, y el que los buscaba y halló era Marv Wolfman. Todos reunidos en busca de aire fresco tras salir de la fiesta organizada por la peña de Marvel en una de las habitaciones del hotel. Comienzan las curiosidades porque, además, Wolfman imaginó que estarían en la recepción y pensó que era el botón que había pulsado, ¡pero acabó en la azotea!

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Allí fue Evainer el que vino con la idea del “round-robin”, literalmente todos contra todos, pero literariamente un “cadáver exquisito”. Es decir, y básicamente, cada escritor crea una historia que debe continuar el siguiente, en un orden preestablecido. Algo que nunca se había probado en los cómics a la escala que estaba pensando este grupo (¿alguien se acuerda del Comic Vivo de Comix Internacional?). Un emocionado Conway dio incluso ya con el título de Desafío DC e incluso con el lema ¿Puedes resolverlo antes que nosotros?

El excitado equipo sale en busca de más guionistas para liarlos. De la misma fiesta marvelita “rescatan” a Roy Thomas que se apunta ipso-facto. Pero mientras buscan a Elliot S. Maggin y Mike W. Barr sin éxito (terminarían cayendo a la mañana siguiente, así como los dibujantes George Pérez y Don Newton, aunque el segundo moriría poco después desgraciadamente), se dan cuenta que necesitan el permiso del editor ejecutivo para que esto siga adelante. Dick Giordano estaba de hecho en el hotel, pero era ya la una de la madrugada y éste era famoso por acostarse temprano. Wolfman suda ante la idea de que lo despierte el más exitoso, pero se impone el juicio de Wein de dejar una nota en recepción. Justo cuando están en ello, nueva locura, aparece Giordano por allí.

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La manada de locos se lo llevan, obviamente, a la azotea y lo convencen (o amenazan, no está tan claro) para hacerlo. Allí mismo terminan de pensar todo el equipo de guionistas y dibujantes entre los habituales de DC y reparten papeletas para el sorteo (tanto de orden como de artistas). Salvo la imposición del primer lugar para el instigador de la locura, éste fue el resultado:

1. Evainer, Gene Colan & Bob Smith
2. Wein, Chuck Patton & Mike DeCarlo
3. Moench, Carmine Infantino & Smith
4. Levitz, Gil Kane & Klaus Janson
5. Barr, Dave Gibbons & Mark Farmer
6. Maggin, Dan Jurgens & Larry Mahlstedt
7. Kupperberg, Joe Staton & Steve Mitchell
8. Conway, Rick Hoberg & Giordano
9. Thomas, Don Heck & Karl Kesel (finalmente caería el entintador)
10. Dan Mishkin, Curt Swan & Terry Austin
11. Wolfman, Giffen & Romeo Tanghal (al guionista le terminaría ayudando Cary Bates y el entintador sería substituido por Dave Hunt)
12. Todos los guionistas, Pérez & Austin (a la hora de la verdad cayeron la mitad de los escribas y el dibujante y entintador estrellas, quedando Evainer, Wein, Conway, Thomas, Mishkin y Wolfman junto con un plantel de equipos artísticos nada despreciable formado por Dan Speigle, Denys Cowan & Rodin Rodríguez, Luke McDonnell & Rick Magyar, Stan Woch & Jan Duursema, Steve Lightle & Gary Martin, Ross Andru & Frank McLaughlin y Tom Mandrake)

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Con la lista en la mano, un guardia de seguridad los obliga a bajar, lo que un agradecido Giordano aprovecha para irse a dormir. No sólo se escaparía de la banda por esa noche, si no que acabaría librándose de las labores de edición dejando ese “privilegio” a otro personaje omnipresente de la DC de los 80, Bob Greenberger (a la postre, la única constante de la serie junto con el color de Carl Gafford y la rotulación de John Costanza). Pero el resto sigue la insomne velada hasta que se deciden las reglas, allá van:

1. Cada capítulo debe terminar con un cliffhanger de vértigo para cuya solución, sin embargo, se ha de dejar alguna pista en el camino (que el siguiente escritor puede utilizar o no). De hecho, en cada número listo para publicar se invitó al guionista anterior para que explicara cual era la solución que había pensado y qué le parecía cómo lo había hecho su compañero. Como llegaría a pasar alrededor de un año desde que se escribieron los guiones hasta que la serie vio la luz, muchos de los implicados ni se acordaban…

2. Además, se impondrá el título del próximo episodio.

3. Los protagonistas del episodio no pueden ser los habituales del guionista de turno, con lo que si por casualidad los hereda del episodio anterior debe cambiarlos lo más rápidamente posible por otros.

4. La historia puede ocurrir en cualquier lugar del universo DC (pensad que estamos en pre-Crisis, con lo que tenemos unas cuantas tierras rondando), pero no puede ser un sueño, alucinación… vamos, ¡no hacer trampa!

5. No vale consultar al guionista anterior ni posterior.

6. Debe tratar de seguirse la historia e incluso cerrar alguno de los cabos sueltos (a la vez que se abren los propios). En todo caso, para el último número se reunirá todo el equipo tratando de acabar de la manera más redonda posible.

Toda esta historia la cuenta de manera tronchante el propio Evainer en los extras del primer número, demostrando que probablemente Aragonés no es el único humorista de la pareja autoral de Groo. De hecho, el primer número es una acumulación de despropósitos con más o menos gracia que, para bien y para mal, marcarían el desarrollo de la maxi-serie. Como, inevitablemente, comenzar toda la saga por un inocente recadero que, pretendiendo dirigirse a los bajos de un edificio, aparece, por arte de magia, en el último piso.
A partir de ahí, lo dicho, una historia loquísima en la que se abren un buen manojo de tramas y se plantean otros cuantos misterios (hay por ejemplo unas cifras que traerán cola y con las que ninguno de los escritores posteriores se verá con ganas de bregar). Aparecen Adam Strange, Batman, Superman y Wonder Woman, además de algunos de sus habituales, enfrentados a nuevos villanos entrelazados con el Acertijo y Mongul. El absurdo lo aterriza un inconmensurable Colan y un aún más grande Wein, que en el siguiente número es capaz de resolver el final de infarto planteado por Evainer.

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Lástima que Patton los dibuje tan estáticos (es como un Aparo malo), porque al segundo guionista también le apetece divertirse y mete a Aquaman, además de personajes más o menos olvidados como Jonah Hex, Congorilla y B’wana Beast. Bueno, de estos nadie se queda corto, como Moench que introduce al Príncipe Vikingo, aunque también estrellas como Hawkman y Hawkgirl. En ese mismo tercer número Greenberger se lanza a introducir a los creadores en los extras, por si alguien no conocía (suspiro) a Infantino. Una sección que continuará hasta el final.
Pero si hay alguien a quien le gusten los personajes de tercera es Levitz, que empieza con Darwin Jones y Bobo (futuro Detective Chimp) y termina metiendo en la trama al Dr. Thirteen. Pero no se corta y añade a la mezcla a Zatanna, el Detective Marciano, Starfire, Tornado Rojo y Supergirl. Además, es otro de los que mejor solucionan el cliffhanger, acompañado de unos inconmensurables Kane y Janson. Barr es otro cachondo que, aunque introduce pesos pesados como Dr Fate y el, aún, Capitán Marvel, también aprovecha para que aparezcan los Blackhawks, Sargon, Tío Sam, Thunderbolt (por entonces de DC), Capitán Cometa, Jemm y esa bizarrada de diseño único que es el Hombre Antimateria. Para colmo le acompaña el maestro Gibbons, que parece homenajear a algunos de los creadores de dichos personajes adaptándose a diversos estilos.

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Aunque agradecemos la lista de héroes, hay que admitir que la trama comienza a salirse de madre. Es precisamente un amo de las rarezas, Maggin, el que pone un poco de orden y ata cabos, aunque sea con algo tan extraño como incluir al propio Albert Einstein en la trama (además de Rip Hunter, ¿cómo no se le ocurrió a nadie mezclar a estos dos antes? Que termina convirtiéndose en ¡el Caballero Silencioso!). Jurgens, aunque en su calidad habitual, no está tan inspirado. Atención que, pese al subtítulo de la serie, las cartas de los lectores no comienzan a aparecer hasta este sexto ejemplar.

Einstein vs. Hombre Antimateria!

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Y con estas llegamos al ecuador de la colección y, viendo que las cosas empiezan a cuadrar, Kupperberg le mete una patada al árbol a ver qué cae. Mete al Joker con calzador, a Mr. Mxyzptlk (para salvar el final anterior, lo cual huele un poco trampa…), Plastic Man con Woozy Winks incluido, y al Taxista Espacial. Staton también se desmadra, aunque el estilo más humorístico le sienta bien al episodio, al contrario que el clasicista, pero intachable, Hoberg en el siguiente. Uno en el que Conway trata de explicar la inclusión de Joker y la olvidada trama de Mongul, liándola un poco más sin querer. A la vez que nos regala a Metron, Orion y Lightray, los Outsiders Rayo Negro, Halo, Metamorfo y Geo-Force, y al gran Enemy Ace.

Kupperberg la lía

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Pero llega el fan convertido a escritor Thomas, haciendo lo que mejor sabe hacer. Arregla tramas, explica otras y añade personajes al plantel para parar once trenes. En el número salen prácticamente todos los amigos y enemigos nombrados hasta ahora, que ya tiene tela, pero es que además se pasean el Hijo de Vulcano, Katana (que se le escapo antes al dibujante), los Titanes Nightwing, Cyborg, Changeling y Raven (Starfire ya estaba por ahí casi desde el principio), la Liga de la Justicia de Detroit con Vibe, Gypsy, Steel II y Vixen (ídem por el Detective Marciano), el Príncipe Ra-Man, Vigilante (el moderno), los Guardianes y, atención, los Challengers of the Unknown malvados de Tierra-X. No puedo quejarme del pobre Heck que cumple ante semejante avalancha.

Y Thomas lo arregla

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Mishkin se sube al carro añadiendo a la mezcla a Wonder Girl (se les olvidó añadirla en los Titanes), unos cuantos de los más famosos Green Lantern extraterrestres, los Guardianes Globales Olympian, Sol Naciente y Furia Verde (en el futuro, Fuego), Lydea Mallor (antepasada de Shadow Lass, de la Legión de Superhéroes), el Captain Strong (un sosia de Popeye) y Siniestro. Swan está que se sale, sinceramente, pero el guionista la lía parda con creces y nos regala uno de los finales más inauditos de la serie. Sin embargo, Wolfman y Bates no sólo salen victoriosos del reto, sino que además explican no pocas subtramas, incluida la de los dichosos números.

Giffen molando

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Para variar, además de incluir al Espectro (ya era hora) y la Cazadora, aprovechan para rescatar del olvido a ‘Mazing Man, Blue Devil, Firestorm, Blue Beetle y la Cosa del Pantano. Es más, muy acertadamente, incluyen en el argumento a Darkseid. Todo eso en uno de los episodios con el mejor título “¿Cómo puedes estar en dos sitios a la vez y no estar en ninguno en absoluto?”. Y eso que hay otras joyas como “¡Julio Verne tenía Razón!”, “Si esto es amor ¿Por qué me duelen los dientes?” y otros cuantos que hacen chispeantes juegos de palabras intraducibles en nuestra lengua.

Y por fin llegamos al final de esta loca aventura, con tristeza pero algo de alivio, porqué negarlo. Evainer explica, a través del Fantasma Errante, en una introducción kilométrica, todos los misterios detrás de su disparatado primer número (demostrando al menos que tenía un motivo detrás de cada uno). Le siguen otros con mayor y menor acierto (la idea del Joker, en fin, nunca tuvo mucho sentido), los cuales tratan de solventar hasta la última subtrama perdida (había por ahí un olvidado titular de prensa que desvelaba la identidad de Superman, por ejemplo). Los dibujantes son muy dispares, entre ellos mi adorado Mandrake y las pocas páginas de Lightle que ya valen la pena todo el tebeo.
En fin, como dice Greenberger al final, donde confiesa haber estado en ese hotel de la Comic Con a la mañana siguiente y haberse excitado con la idea (porque no sabía que acabaría trabajando para DC y que le caería el marrón), Amazing Heroes los trató de explotadores, Comic Journal los críticó por el sinsentido, los fans respondieron con entusiasmo… y al final, lo mejor es la experiencia de haber vivido la aventura, la más loca aventura de DC Comics.

Fuente: Zona Negativa