Francia ha regalado 300€ a todos sus jóvenes para gastar en cultura. Están comprando cómics.

El estado francés tiene una singular concepción de su grandeza y de la importancia de su cultura. Motivos no le faltan. Quizá preocupado por la desconexión de los jóvenes con sus hitos de la literatura o del cine, el gobierno de Emmanuel Macron presentó en su anterior campaña electoral una medida muy popular: 300€ sin condiciones para todos los chavales de 18 años a gastar en cualquier producto cultural de su elección. El que quisieran, preferiblemente francés.

Qué ha sucedido. La historia la relata el New York Times y es bastante ilustrativa sobre los límites que afronta cualquier político en la gestión de las cosas. En lugar de acudir raudos a las obras de Molière o Dumas, los adolescentes franceses han optado por lo que más les interesa a día de hoy: los cómics. Los cómics japoneses. Las compras se realizan mediante una app (Culture Pass) y sus datos son públicos. El 75% del gasto ha ido a libros y, de estos, 2/3 entran en la categoría de manga nipón.

Incentivos. En su presupuesto original, la app deseaba incentivar el consumo «local» y preferiblemente nacional. Hay mas de 8.000 establecimientos geolocalizados donde se pueden comprar bienes físicos (libros, discos). También se puede acceder a videojuegos, pero deben tener a un desarrollador francés detrás y no ser violentos, presupuestos que limita el abanico de opciones. Otra opción son las experiencias en vivo (cine, teatro), muy limitadas por las restricciones de la pandemia.

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Trazando preferencias. Los críticos del proyecto argumentan que tan sólo refuerza los patrones de consumos de los jóvenes franceses. ¿Qué van a hacer con 300€ sin condiciones si no es comprar lo que más les gusta? Para descubrir nuevas formas de arte, libros más desconocidos y autores con menor proyección, Culture Pass debería haber limitado el alcance de las compras. Sus defensores, muchos libreros, se fijan en los números: tiendas llenas, más gasto y jóvenes interesados en cultura. Muchos compran manga, pero algunos caen en el Molière de turno.

«El acceso a la cultura no es una cuestión de disponibilidad sino de orientación», defiende Jean-Michel Tobelem, profesor de la Sorbona y crítico público del proyecto. Si no se consume Proust no es porque no se pueda acceder a sus obras, sino porque no hay un curator detrás.
Qué es cultura. En el fondo del debate subyace la tradicional división entre «alta y baja cultura».

Es decir, entre formas elevadas de conocimiento que siempre han estado asociadas a un prestigio (la literatura, el cine de vanguardia, la música clásica) frente a productos de consumo masivos más asociados al entretenimiento (cómics japoneses, Marvel, radiofórmula). El gobierno estaría incentivando lo segundo antes que lo primero. Pero esta es una visión dirigista. Qué es y qué no es arte bebe a menudo de prejuicios sociales, no de verdades inmutables.

Muy francés todo. La historia es eminentemente francesa, un país acostumbrado a pelear por su estatus internacional como baluarte de la Alta Cultura. Hablamos, al fin y al cabo, del país donde una movilización de los libreros condujo a un cuerpo legislativo anti-Amazon y anti-Black Friday que busca proteger al pequeño comerciante, con su halo nostálgico y romántico, frente al tipo de consumo industrializado e impersonal que promueve, en la imaginación de Francia, el gigante del comercio electrónico.