Ernie Pike, el personaje de Oesterheld y Pratt que contó el horror de la guerra

Planeta vuelve a editar en dos tomos “Ernie Pike. Corresponsal de guerra”. Esta historia guionada por Héctor Oesterheld y dibujada por Hugo Pratt comenzó a publicarse en 1957. Más de sesenta años después, regresa para decir, aún con más fuerza, que la guerra no se trata sólo de heroísmo y que el elemento que siempre está presente es la muerte.

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Ernie Pike, el personaje, es una voz. No era el protagonista de las historias, tan solo el relator. Un médium que hacía hablar a otros. Era también una mirada que veía lo que los demás no podían. Que podía encontrar humanidad (y barbarie) en cualquier individuo sin importar el uniforme que portaba. Un periodista, un testigo que, con voz seca, esquivaba los maniqueísmos. En su primera aparición, define en pocas líneas su estilo y nos prepara para lo que viene: «Ese día había visto matar fríamente a un hombre, a un soldado. Eso me decidió a escribir, quise desahogarme de tanta muerte, de tanta… Sé que este relato no lo comprará ni el Life ni Time, ni ninguna otra publicación que se respete. Es quizá un relato amargo. Aunque creo hay en él heroísmo del bueno. Un relato con ese algo de gris, de duro que tienen las cosas de realidad. Un relato sin buenos ni malos…».

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Oesterheld-Pratt. Marca registrada. Binomio que de sólo mencionarlo hace evocar una época de oro de de la historieta. Una cumbre de un arte popular que dio origen a historietas como Tinconderoga, Sargento Kirk o Ray Kitt.

Ernie Pike empezó a publicarse en 1957. Guionada por Héctor Oesterheld y con dibujos de Hugo Pratt fue una sensación apenas apareció en Hora Cero. Luego también salió en Hora Cero Extra y en el suplemento Hora Cero Semanal. Todas publicaciones de Editorial Frontera, propiedad de Héctor Oesterheld y su hermano.

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En esos años, dentro de las historietas, los géneros que tenían mayor éxito y difusión eran el bélico, el western y la ciencia ficción. Lo mismo ocurría en el cine. Ambos ámbitos se influían mutuamente. El imaginario de los jóvenes (y de los hombres en general) de los cincuenta reposaba en esos terrenos. Ernie Pike se inscribe en los relatos de guerra. Pero si el material es conocido, familiar para los lectores, su acercamiento es absolutamente novedoso: el abordaje de Oesterheld da vuelta las reglas de su género. No hay épica, ni grandes triunfos; tampoco héroes, próceres o generales con gestos olímpicos. Si hay espacio para alguna victoria, esta será pírrica. Ernie Pike en cada cuadro parece decirnos (gritarnos) que en la guerra no hay ganadores. Que todos salen heridos, que al menos algo de cada uno se muere en el camino. La Segunda Guerra Mundial que muestra Ernie Pike no es la que Hollywood llevaba a cada cine de barrio ni la que habían mostrado las tapas de los diarios con grandes titulares hablando de territorios ganados, ni a la que estaban acostumbrados los lectores de historietas.

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Ernie Pike, nuestro corresponsal de guerra, está asqueado. No ve gloria. Acude a los grandes escenarios, esos que estaban en el imaginario colectivo (Normandía, el África de Rommel, los partisanos italianos) pero ahí donde Hollywood encontró épica y un relato justiciero, Ernie Pike prefiere escuchar a los protagonistas. Se centra en las pequeños cuentos, en las pequeñas historias que se le escurren a la gran Historia. Rescata la dignidad de esa gente a la que la guerra le vino encima. Allí donde otros dan respuestas contundentes, Ernie Pike plantea preguntas inquietantes.

Historietas sin final feliz, casi sin moralejas. No hay buenos. Alemanes, norteamericanos, ingleses, italianos o japoneses pueden actuar con coraje o cobardía, magnanimidad o mezquindad, con bondad o con vileza, sin importar su nacionalidad. Ernie Pike nos cuenta que la guerra no se trata sólo de heroísmo. Y que si algún elemento está siempre presente es la muerte.

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«No se cumplía la regla de hora tácita de la aventura convencional en que necesariamente el resultado de la acción -la victoria, el triunfo personal del héroe- conlleva el acceso a la felicidad en cualquiera de sus formas: el beso de la chica, el poder, el reencuentro con lo perdido, el dinero, esas cosas que suelen estar inmediatamente después de la batalla y de los tiros finales» escribió Juan Sasturain sobre esta historieta hace unas décadas.

Todo esto parece mucho, parece una exageración para una revista semanal de historietas de la década del cincuenta pero así era. Así fue. Quien desee comprobarlo puede aprovechar que este mes Editorial Planeta reeditó Ernie Pike. Son dos tomos a color que contienen en total diez historietas de Oesterheld y Pratt. Cada uno abre con un preciso -precioso- prólogo de Juan Sasturain que en pocas páginas disecciona al personaje y nos sitúa en la época de su creación. El primer volumen de este gran rescate cierra con un epílogo de Guillermo Parker, que da cuenta de la importancia histórica de este cómic dentro del género.

Hay una búsqueda en cada historieta que es la marca de agua de Ernie Pike. Es la de intentar dar con pequeños gestos de humanidad dentro de la inhumanidad que significa la guerra. Una frase de Ernie, un lamento parece definir a toda la serie: «Tiene que haber un lugar donde estas tragedias, hechas de coraje y desencuentros, se anoten a favor de la especie humana. Tiene que haberlo…».

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Una valija con más de 500 fotos de guerra fue una de las fuentes documentales más importantes del cómic. Hugo Pratt, veneciano criado en Etiopía ganándose la vida en Buenos Aires, se la robó de la redacción de Il Gazzetino di Venezia y viajó con ella. De ahí extrajo modelos y se inspiró. La riqueza visual de la historia impacta. Los uniformes, los cascos, las armas, los tanques y los paisajes de las batallas. Pero, principalmente, en Ernie Pike, Pratt logra plasmar la muerte: los cuerpos de tres japoneses volando por la explosión de una granada, un soldado flameando después de ser impactado por una bala, la agonía cubierta de tierra de un herido mortalmente. Sus soldados no son modelos publicitarios que salen del agua con el sombrero puesto y seco; la trinchera los ensucia, el miedo se les marca en la cara, el dolor agrieta los gestos.

También hay lugar para el pudor: un testigo cubre con su cabeza un cuerpo destrozado por una explosión. El dibujo de Pratt es un componente indispensable de Ernie Pike. Roberto Fontanarrosa destacaba que en Pratt la guerra hasta se escuchaba distinto: «Los disparos no sonaban bang-bang como en todas las otras historietas que yo había leído. En las tiras de Pratt los rifles sonaban con un crak-crak-crak seco, corto y novedoso. Tiempo más tarde, en mi vida no muy aventurera, me tocó escuchar disparos reales de armas de fuego y sonaban así, con la onomatopeya acuñada por Pratt, crak-crak, como martillazos sobre una chapa. Sin duda, a Hugo le desvelaba ser fiel a esos sonidos, y aguzaba el oído para decodificarlos».

Oesterheld reconoció el aporte de Pratt en el desarrollo del personaje: «Ernie Pike muestra hasta dónde puede llegar la colaboración estrecha de argumentista y dibujante: el personaje y las aventuras las creo yo, pero también es verdad que en el proceso de creación tengo en todo momento presente lo que Hugo hará después: pienso en un guerrillero italiano y no pienso en uno cualquiera. Pienso en un guerrillero que Hugo pueda llegar a dibujar».

Sin embargo, Hugo Pratt no fue el único dibujante del personaje. Luego del regreso de Pratt a Italia, Oesterheld siguió escribiendo guiones protagonizados por su corresponsal de guerra que fueron dibujados por artistas del calibre de Alberto Breccia, Solano López o Muñoz. Decenas y decenas de dibujantes vinieron después de Pratt para mantener con vida al personaje. Por su parte, Pratt publicó varias historietas de Ernie en Europa adjudicándose la autoría del guión y del dibujo, sin mencionar a Oesterheld. Los dos, separados por el Atlántico y por añejos rencores, siguieron con Ernie Pike.

Pasados varios años, Ernie Pike hizo una última reaparición en 1971 en la revista Top Maxi Historietas. Ya no cubría la Segunda Guerra Mundial. El aggiornamiento lo había llevado hasta la guerra de esos años. Estaba destinado en Vietnam. Y así lo explicaba Ernie en los primeros cuadros de su retorno: «Aquí estoy, de regreso, después de un silencio de años. Siempre con mis historias ‘no periodísticas’, por algo no pude publicar nada en tanto tiempo. La Segunda Guerra Mundial me sigue tan viva en el recuerdo como el primer día, y si el mundo estuviera en paz seguiría escribiendo como antes, sobre Normandía, Tarawa o El Alamein. Pero cañones y fusiles siguen en diálogo letal: hoy la guerra se llama Vietnam.»

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Ernie Pike está inspirado en un periodista real. La referencia es explícita y apenas está disimulada en su nombre. Ernie Pyle fue un corresponsal de guerra norteamericano. Uno de los más famosos de la Segunda Guerra Mundial. Sus columnas buscaban el otro lado de la contienda. Ni los grandes movimientos, ni las conquistas. Contaba historias que recordaban que debajo de esas cascos había jóvenes que se jugaban la vida a cada segundo y que los que tendrían la suerte de sobrevivir saldrían de ahí transformados, con algo muerto dentro suyo con lo que deberían convivir por siempre. El Premio Nobel de Literatura John Steinbeck describió de esta manera el trabajo de Ernie Pyle: «Hay dos guerras y no tienen mucho en común. Está la que incluye mapas, movimientos de tropas, campañas, ejércitos: esa es la guerra de los generales. Después está la guerra de los soldados, presa habitual de la nostalgia y el agotamiento, que a veces tienen gracia y a veces se dejan llevar por la violencia, de los soldados que se lavan las medias en el casco, que protestan por la rutina, que le guiñan el ojo a las chicas y que cumpen con dignidad, valor y una cierta dosis de humor, la tarea más repugnante que el mundo haya conocido. Esa es la guerra de Ernie Pyle».

Pyle ganó el Pullitzer en 1944 por sus crónicas desde el frente de batalla. Lo mató una bala japonesa un año después cerca de Okinawa, en Ié. La batalla ya había terminado, los norteamericanos habían vencido. Recorriendo el lugar de los hechos recibió un certero disparo de un sobreviviente japonés que no deseaba rendirse.

El modelo gráfico de este periodista en el frente de batalla es el mismo Héctor Oesterheld. Fotos del dibujante muestran que Ernie Pike, la nariz prominente y en forma de gancho, los pómulos salientes, la mirada, el pelo canoso, está inspirado en él. Ernie es Oesterheld con birrete. Esto, dicen, tuvo su origen en los apuntes que el guionista le pasó a Pratt antes de que este dibujara la primera entrega del personaje: Oesterheld lo describió como un tipo noble, simpático y buenazo. Y agregó: «Bah, hacelo como yo». Y Pratt, ya sea como broma, como guiño o como homenaje, tomó la sugerencia al pie de la letra. También es cierto que la fisonomía de Ernie Pike tiene algo de la de Ernie Pyle.

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Pyle no fue el único corresponsal de guerra con ese tono ni el único que buscaba esas historias. A. J. Liebling (luego convertido en el mejor periodista de boxeo posible), John Lardner o John Hersey y su implacable Hiroshima son otros ejemplos. El gran mérito de Oesterheld fue haber logrado replicar esa voz seca, hastiada y algo asqueada que estos cronistas transmitían desde el campo de batalla. Una voz que se mantiene coherente en cada entrega y que sólo flaquea cuando fuerza alguna historia de amor o algo más sensiblera en que el tono poco efusivo se torna solemne.

Ernie Pike a más de sesenta años de su creación se sigue sosteniendo, mantiene su vigencia. Oesterheld y Pratt pergeñaron una (otra) obra inmortal en un género que no estaba destinado a eso, que sólo preveía lo fugaz y el consumo semanal.

 

Entrevista: InfoBae

Fotos: Bert Brandt/Acme Newspictures, via Associated Press Foto